viernes, 14 de febrero de 2014

LA CONFIANZA PUEDE RESULTAR PELIGROSA


Hay que confiar en las personas, sino ¿qué sería de vosotros si en vuestro día a día desconfiaseis de todo lo que se mueve, incluido vuestro gato o yo misma? No podemos andar por la vida como paranoicos de conspiraciones soterradas, ni desconfiando de las intenciones de nadie. La confianza, igual que la presunción de inocencia, por principio, debería tenerla todo el mundo. Solamente después de que nos hayan defraudado podemos retirar esa confianza a quien no se la merezca. Además, andar por la vida desconfiando de todo y de todos es muy malo para nuestra salud mental y disminuye nuestro grado de felicidad.
¿A qué viene esta disquisición? se preguntarán ustedes. Pues viene a que mi corazón de perrita se ha “enternecido” con la confianza ciega que la infanta Cristina tenía en su “listísimo” esposo, el señor Urdangarín. Claro, por supuesto, ¿cómo no iba a dedicar yo también unas líneas a este asuntillo de nuestro reino terrenal?.

Si señores, así tiene que ser. Las esposas deben confiar ciegamente en sus esposos, entre otras cosas, porque de esa manera se evitarán muchos divorcios y porque en el limbo dicen que se vive mejor. Seamos sinceras señoras, si ustedes tienen un marido que les facilita una tarjeta de crédito para cargar sus gastos y demás caprichos, ¿van a preguntarle de dónde procede ese dinero y cómo lo ha ganado? ¿O prefieren vivir como reinas y no preocuparse por otros menesteres que entran en el campo de las preocupaciones del marido, que para eso es el hombre de la casa?
Pero he pronunciado una palabra: LIMBO, que tomada en su sentido figurado quiere decir estar distraído o no enterarse de nada. Y como yo aún confío en esas féminas que comparten su vida con un marido o compañero, sinceramente, creo que las del “limbo” son minoría. Estoy segura de que la mayoría saben en qué trabaja su marido y de dónde viene el dinero que permite mantener la casa y su tren de vida, aparte del que ellas, si es que trabajan, aportan también a la economía familiar. Y mucho más si, además, ellas forman parte de la empresa de la que provienen los fondos. Una cosa es confiar en tu santo cónyuge y otra no enterarse de los documentos que te da para firmar y no saber qué negocios hace la empresa de la que formas parte.
Así que todas esas respuestas  de “no lo sé”, “no me consta”, “puede ser”, “no recuerdo”, no han aclarado nada, ni han despejado las grandes dudas sobre su presunta culpabilidad en el fraude fiscal y blanqueo de dinero, a través de una empresa inmobiliaria que jamás vendió un solo piso. Puede que esas manifestaciones, obviamente muy preparadas con sus abogados, desde un punto de vista jurídico no consigan demostrar su implicación en tales delitos, pero no creo que hayan convencido a nadie, con un mínimo de sentido común, de que una infanta de la España del siglo XXI no viva en el palacete de Pedralbes, sino en el LIMBO.
Pero aún hay más. Volviendo a la confianza entre cónyuges, con su declaración ha querido demostrar y convencer de que ella no se enteraba de nada porque “confiaba  en el buen hacer” de su marido, con lo que indica claramente que si ha habido algún tipo de delito, la responsabilidad sería exclusivamente del padre de sus hijos. ¡Ay Urdangarín, Urdangarín, que le dejan solo frente al toro! Eso le pasa por confiar en su esposa. Con lo “listo” que usted se cree debería haberse dado cuenta de varias cosas:
1ª).- No ser chico malo ni ambicioso, porque al final en esta vida, tarde o
                   temprano, todo se sabe. Lo de si todo se paga está por ver, aunque
                   quienes confían aún en la Justicia esperan que sí.
2ª).- Saber que  el esposo de una infanta no solo debe ser honrado, sino
                   también parecerlo, en lugar de creer que después de la real boda el   
                   mundo era suyo y los ciudadanos pagábamos impuestos  para que
                   usted pudiera vivir mejor que el Rey, que ya es decir.
3ª).- Que si las cosas salían mal, la imagen que iban a intentar salvar no era
                   la suya, sino la de la Real Casa, a través de la infanta, su esposa. De
                   ahí lo del “limbo”, aunque al final quien ha demostrado estar en ese
                   lugar desde el principio ha sido usted.
Para terminar, también es sobresaliente el hecho de que la infanta, si fue a declarar “voluntariamente” cuando se lo ordenaron, deberían habérselo ordenado antes y, sobre todo haber respondido no sólo a las preguntas del juez, del fiscal y de sus abogados, sino también a las preguntas de las acusaciones. No haberlo hecho no deja en buen lugar la imagen de la Casa Real y, sobre todo, no demuestra colaboración con la Justicia para que se llegue a la verdad, sino todo lo contrario. Y si yo, que soy una simple perrita y no he ido a la universidad, me he dado cuenta, creo que esos grandes asesores reales deberían saber ya que cada vez quedan menos ciudadanos en el LIMBO.

                       

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