Hay que
confiar en las personas, sino ¿qué sería de vosotros si en vuestro día a día desconfiaseis
de todo lo que se mueve, incluido vuestro gato o yo misma? No podemos andar por
la vida como paranoicos de conspiraciones soterradas, ni desconfiando de las
intenciones de nadie. La confianza, igual que la presunción de inocencia, por
principio, debería tenerla todo el mundo. Solamente después de que nos hayan
defraudado podemos retirar esa confianza a quien no se la merezca. Además,
andar por la vida desconfiando de todo y de todos es muy malo para nuestra
salud mental y disminuye nuestro grado de felicidad.
¿A qué
viene esta disquisición? se preguntarán ustedes. Pues viene a que mi corazón de
perrita se ha “enternecido” con la confianza ciega que la infanta Cristina
tenía en su “listísimo” esposo, el señor Urdangarín. Claro, por supuesto, ¿cómo
no iba a dedicar yo también unas líneas a este asuntillo de nuestro reino
terrenal?.
Si
señores, así tiene que ser. Las esposas deben confiar ciegamente en sus
esposos, entre otras cosas, porque de esa manera se evitarán muchos divorcios y
porque en el limbo dicen que se vive mejor. Seamos sinceras señoras, si ustedes
tienen un marido que les facilita una tarjeta de crédito para cargar sus gastos
y demás caprichos, ¿van a preguntarle de dónde procede ese dinero y cómo lo ha
ganado? ¿O prefieren vivir como reinas y no preocuparse por otros menesteres
que entran en el campo de las preocupaciones del marido, que para eso es el
hombre de la casa?
Pero he
pronunciado una palabra: LIMBO, que tomada en su sentido figurado quiere decir
estar distraído o no enterarse de nada. Y como yo aún confío en esas féminas
que comparten su vida con un marido o compañero, sinceramente, creo que las del
“limbo” son minoría. Estoy segura de que la mayoría saben en qué trabaja su
marido y de dónde viene el dinero que permite mantener la casa y su tren de
vida, aparte del que ellas, si es que trabajan, aportan también a la economía
familiar. Y mucho más si, además, ellas forman parte de la empresa de la que
provienen los fondos. Una cosa es confiar en tu santo cónyuge y otra no
enterarse de los documentos que te da para firmar y no saber qué negocios hace
la empresa de la que formas parte.
Así que
todas esas respuestas de “no lo sé”, “no
me consta”, “puede ser”, “no recuerdo”, no han aclarado nada, ni han despejado
las grandes dudas sobre su presunta culpabilidad en el fraude fiscal y blanqueo
de dinero, a través de una empresa inmobiliaria que jamás vendió un solo piso.
Puede que esas manifestaciones, obviamente muy preparadas con sus abogados,
desde un punto de vista jurídico no consigan demostrar su implicación en tales
delitos, pero no creo que hayan convencido a nadie, con un mínimo de sentido
común, de que una infanta de la España del siglo XXI no viva en el palacete de
Pedralbes, sino en el LIMBO.
Pero aún
hay más. Volviendo a la confianza entre cónyuges, con su declaración ha querido
demostrar y convencer de que ella no se enteraba de nada porque “confiaba en el buen hacer” de su marido, con lo que
indica claramente que si ha habido algún tipo de delito, la responsabilidad
sería exclusivamente del padre de sus hijos. ¡Ay Urdangarín, Urdangarín, que le
dejan solo frente al toro! Eso le pasa por confiar en su esposa. Con lo “listo”
que usted se cree debería haberse dado cuenta de varias cosas:
1ª).-
No ser chico malo ni ambicioso, porque al final en esta vida, tarde o
temprano, todo se sabe. Lo de si todo se paga está por ver, aunque
quienes confían aún en la Justicia esperan que sí.
temprano, todo se sabe. Lo de si todo se paga está por ver, aunque
quienes confían aún en la Justicia esperan que sí.
2ª).- Saber
que el esposo de una infanta no solo
debe ser honrado, sino
también parecerlo, en lugar de creer que después de la real boda el
mundo era suyo y los ciudadanos pagábamos impuestos para que
usted pudiera vivir mejor que el Rey, que ya es decir.
también parecerlo, en lugar de creer que después de la real boda el
mundo era suyo y los ciudadanos pagábamos impuestos para que
usted pudiera vivir mejor que el Rey, que ya es decir.
3ª).-
Que si las cosas salían mal, la imagen que iban a intentar salvar no era
la suya, sino la de la Real Casa, a través de la infanta, su esposa. De
ahí lo del “limbo”, aunque al final quien ha demostrado estar en ese
lugar desde el principio ha sido usted.
la suya, sino la de la Real Casa, a través de la infanta, su esposa. De
ahí lo del “limbo”, aunque al final quien ha demostrado estar en ese
lugar desde el principio ha sido usted.
Para
terminar, también es sobresaliente el hecho de que la infanta, si fue a
declarar “voluntariamente” cuando se lo ordenaron, deberían habérselo ordenado
antes y, sobre todo haber respondido no sólo a las preguntas del juez, del
fiscal y de sus abogados, sino también a las preguntas de las acusaciones. No
haberlo hecho no deja en buen lugar la imagen de la Casa Real y, sobre todo, no
demuestra colaboración con la Justicia para que se llegue a la verdad, sino
todo lo contrario. Y si yo, que soy una simple perrita y no he ido a la
universidad, me he dado cuenta, creo que esos grandes asesores reales deberían saber
ya que cada vez quedan menos ciudadanos en el LIMBO.
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